Acostumbrados que estábamos los chavales a ser satánicos (y de Carabanchel), a escuchar discos que invocaban al demonio si los reproducías al revés, o eso se suponía, cuando de pronto aparecieron estos cuatro tíos disfrazados de la abeja Maya dispuestos a demostrarnos que otro heavy era posible: ¡el heavy meapilas!
Sí, no era un sueño. Cuatro tíos haciendo metal del bueno, muy en su contexto, pero invocando al dios cristiano en vez de a nuestro señor Belcebú de toda la vida. Acabáramos. Supongo que tendrán su propia leyenda negra como todo rockero (no sé, esnifarían incienso o se cogerían pedos de agua bendita). El nombre del grupo, Stryper, si mi inglés no me engaña tiene que ver con su atuendo a rayas, o si no con lo rayadísimos que debían estar para hacer lo que hacían. Sus colores corporativos eran el negro y el amarillo.
El caso es que To hell with the devil (¡"Al infierno con el demonio" se llamaba el disco, qué ofensa para los honrados ciudadanos de sanas creencias satanistas!) vendió más de dos millones de copias, que son unas cuantas. ¿Por qué? Promoción aparte, porque era un disco estupendo. Qué tendrá la música que es capaz de sortear todos los elementos e instalarse dentro de ti aunque quien la toque sea tu misma antítesis y las letras (ese apósito) digan lo contrario de lo que piensas.
La fórmula del disco era totalmente comercial: si bien el contenido estaba bastante bien en general, los hits potenciales estaban descaradamente colocados al principio, con lo cual la escucha a mí siempre me produjo una cierta sensación de desinfle, de que saboreadas cuatro o cinco canciones ya estaba dicho todo. Así que, con esto y un bizcocho, me quedo para la posteridad con To hell with the devil, Calling on you y sobre todo la intensa y apoteósica Free, que hay que reconocer que es bonita de cojones.
Podéis ir en paz.